Entradas populares

lunes, 21 de diciembre de 2015

¿Has pensado que tus temores te superan?

 ¿Es posible seguir avanzando cuando incluso nuestros pies no pueden continuar?

Hoy quiero hablarle a aquellos que quieren rendirse, que han perdido las fuerzas para continuar; a aquellos que piensan que ya no hay motivos para seguir luchando.

Voy a compartir un poco de algo que viví y de lo cual hoy por hoy doy gracias a Dios porque me volví una mujer mas fuerte, aunque el proceso fue difícil.

Quiero que sepan que Dios permite muchas cosas en nuestra vida, algunas no entendemos porqué, pero otras tienen un propósito. Crecí en un hogar disfuncional, mis padres se divorciaron cuando tenia 5 años, en el proceso de esa separación fui testigo de maltratos verbales, amarguras, discusiones y de cualquier cantidad de recuerdos que hoy en día mi mente ya ha bloqueado. Años después, por motivos ajenos a nuestra voluntad, mi mama se vio en la obligación mandarnos a mi hermano y a mi a vivir con mis abuelos en otro estado.
Tuvimos que empezar una vida nueva, en un colegio nuevo, en una casa nueva, con vecinos nuevos y gente diferente. Poco a poco, como niños que eramos nos fuimos adaptando al cambio, mis abuelos nos ayudaron a aceptar la nueva realidad, nos impulsaban con actividades extras para que tuviéramos otros motivos por lo cual valorar nuestra nueva vida. Fueron pasando los años, y ya estábamos acostumbrados a ver a nuestra mama y el resto de la familia un mes al año, con nuestro papá solo compartíamos uno o dos días de ese mismo mes. Así fue pasando el tiempo y ya habíamos aceptado a esa realidad aunque muy en el fondo tanto mi hermano como yo hubiésemos querido no tener que vivir así. Un día sin mucho importar, mi hermano y yo al regresar del colegio nos encontramos con la noticia de que mis abuelos se habían separado. No nos dieron razones ni sus motivos, estábamos de nuevo en medio de otra separación, pero para ese entonces, yo ya era casi una adolescente.

Acepté que desde ese momento en adelante las cosas serían distintas, como hermana mayor que era asumí inconscientemente que debía madurar pues mi abuela era ama de casa y aunque mi mama nos mantenía, sabia que debía esforzarme mas en los estudios. Tras esa separación, mi abuela comenzó a consultar las cartas, intento buscar ayuda espiritual en distintos lugares que recomendaban desde dedicación de velas hasta baños de despojos. Yo en particular, que siempre acompañaba a mi abuela a esas cosas, no sentía ninguna atracción por esas practicas, al contrario, era un rechazo que me hacía entender que no estábamos en el lugar correcto. Teniendo yo 11 años ya sacaba esas conclusiones.

Pero Dios tenía otros planes para mi familia. y en esos días en los que estábamos buscando qué otro lugar "espiritual" podíamos visitar, conocimos a una señora muy particular, su nombre: Elia.
Ella conversó con mi abuela durante unas horas cuando fuimos a su casa, yo realmente no prestaba atención a la conversación pero por la cara de mi abuela, sabía que le decía cosas distintas a lo que les decían los demás. Fue tanto así que sin darnos cuentas, mi abuela, mi hermano y yo frecuentábamos la casa de la señora elia. Conocí a su hija María Soledad, y fue ella quien trató con mi hermano y conmigo y nos hablaba de Dios, no recuerdo exactamente las cosas que nos enseñaba de Dios, pero al poco tiempo, ya veía a Dios de otra manera, lo veía como alguien accesible y bueno. Visitamos una iglesia cristiana por primera vez, y fue allí donde le dí a Dios un lugar en mi corazón al escuchar por primera vez "Un Jardín de Rosas" cantada por una chica de esa iglesia.

Me convertí al Señor, y El, poco a poco fue cambiando a mi familia. Todo era bueno para mi, pero a medida que iba creciendo y me hacía una adolescente, comenzaron a chocar mi fe y mis amigos, me influenciaron sus hábitos y costumbres, y mi relación con Dios fue quedando a un lado. Allí comenzaron a salir actitudes reprimidas, mi comportamiento se volvió insoportable para mi abuela, y fui un dolor de cabeza para mi mama. Como consecuencia, mi mamá optó por llevarme a vivir con ella. Tuve que comenzar de nuevo, pero esta vez mi adaptación al cambio no fue como años atrás. Deje de nuevo a mis amigos, mi vida, mi hermano, mi abuela, y una vez mas, estaba en otra casa, en un colegio nuevo, con vecinos nuevos, gente nueva.

Mi vida estaba destrozada. Teniendo 14 años, estaba volviendo a vivir un cambio en contra de mi voluntad, y eso me estaba afectando a nivel emocional. Mi mama y yo discutíamos todos los días, era imposible vivir en paz con ella. Su pareja me resultaba un fastidio, debía cuidar a mi hermanito de 1 año cuando salía de clases, no tenía amigos y mi papá era como un desconocido para mi. Cada vez que Dios se acercaba a mi, yo lo alejaba. Sentía que era su culpa.

Me preguntaba cosas como ¿Para que tengo padres? ¿Porque permite Dios que esto me pase? y la típica pregunta que todos se hacen: ¿Porque existo?

No veía sentido alguno a mi vida, y bueno, la edad en la que estaba hacía que viera todo mas difícil de lo que era. Me sentía sola, incomprendida, no hablaba con nadie, veía a los demás como ineptos, me volví indiferente ante las cosas, era temerosa aunque todos creían lo contrario. No tenía autoestima. Fui encerrándome en un mundo en el que creía que era fuerte, pero en realidad, era la más débil. Estaba deprimida, aunque demostraba todo lo contrario.

Así hice un muro entre la gente y yo, y entre Dios y yo.

No quería avanzar, me sentía derrotada pero no lo decía, no creía que hubiera motivos para tener una buena vida. Escuchaba música que alimentaba mi mala conducta, comencé a fumar una que otras veces, intenté suicidarme con una sobredosis de medicamentos. Me sentía acabada, y sólo tenía 15 años.

Pero Dios volvió a intervenir en mi vida, y yo, en lugar de dejarme ayudar, lo acusaba. Le preguntaba el porqué de las muchas cosas que vivía y sentía. No podía entender nada, no era lógico para mi lo que citaba aquel verso de Romanos 8:28 "Y Sabemos que a los que aman a Dios, todas las cosas les ayudan a bien...".
No entendía porque no amaba a Dios, y sobretodo porque no creía en la continuación de ese verso "...esto es, a los que conforme a su propósito son llamados".

Yo había sido llamada con un propósito, pero no lo sabia y no lo creí.

Cuando decidí darle las riendas de mi vida a Dios, las cosas comenzaron a cambiar. Comencé a conocer gente y me rodeaba constantemente de ellos por su manera de servir a Dios. Estudiaba a Dios, empece a conocerle de nuevo, y El, coloco en mi vida a muchos que me ayudaron a caminar en la fe.

Las cosas iban bien, pero en mi mente todavía quedaban rastros de lo que había sido. Los temores, la inseguridad, e incluso la indiferencia que me había "servido" para evadir muchas cosas. Dios me dio una nueva oportunidad, pero comenzó exigirme fidelidad, y yo tenia miedo de fallarle. En muchas ocasiones no me atreví a hacer cosas por El por miedo a fracasar. Tenia que luchar con mi mente.

Dejar hábitos es difícil, pero dejar actitudes... eso me era imposible. No conseguía la manera para dejar de ser insegura, no hallaba forma de tener coraje y atreverme a dar el todo por el todo. En mi mente estaba el patrón de ser evasiva, retraída y sobre todo auto suficiente. Me costaba dejar mis cargas en Dios, yo las asumía como mías nada mas.

Eso trajo como consecuencia que empezara a perder muchas cosas, espiritualmente hablando estaba estancandome y me estaba faltando la fe.

Vinieron muchas pruebas de parte de Dios, pues el quería que cambiara rotundamente mi mente. Y para que eso sucediera, debía derribar yo misma el muro que había levantado.

Has estado en esa situación?
Has pensado que todos tus temores te superan hasta el punto en que son mayores que tu?

Pablo en su carta decía: TODO lo puedo en Cristo, que me fortalece (Fil. 4:13). Para el no había mayor consuelo y esperanza que el saber que en medio de lo que estaba viviendo, Dios era su fortaleza.

Ten siempre presente que, mientras Dios no esté en tu vida, no estarás fortalecido, y sólo no podrás seguir caminando. Aunque creas que tienes fuerzas, déjame decirte que esas son fuerzas no son suficientes. En medio de las pruebas que puedas estar pasando, necesitaras mucho más que voluntad para continuar, necesitarás la fe para ver mas allá de lo que mente te permita ver.

Deja que Dios sea el que te lleve, deja que el conduzca. El conoce el camino por el cual debes ir. Bajo tu propio criterio te perderás, y estarás en la misma situación en la que yo estuve: ESTANCADA.
No sabrás si regresar o seguir adelante si mantienes a Dios fuera de tus asuntos.

Entonces... ¿Como puedes avanzar cuando no tienes fuerzas de continuar?
No camines solo, pídele a Dios que vaya a tu lado, El te cargara a ti junto con tus propias cargas, y te dejará justo en el lugar donde debes tu mismo soltarlas al vacío y ser totalmente libre para que sigas caminando.